sábado, 8 de enero de 2011

Me Importa Un Pito

A velocidad crucero y a diez mil pies de altura. Vuelo largo. Solo dos personas despiertas, el que maneja y yo. Una, quizás, si el piloto autómático es el que funciona. Ipod y Marillion: Missplaced Childhood.

Hay momentos que son tan buenos para escribir, que no hacerlo sería estúpido. Casi tanto como hacerlo a toda costa. Y acá vamos.

El escenario era un avión, y por una de esas raras cadenas de milagros, en clase ejecutiva. Las películas las había visto todas, cortesía del kiosko de la esquina que las estrena dos días antes o dos días después que Hollywood, por lo general antes.

Había tratado de dormir, pero el pequeño bastardo no paraba de gritar. No hablo de un bebé, de esos que tienen todo el derecho del mundo a berrear en un avión. ¡Carajo!, yo lo haría a veces si pudiera. Pero no. Hablo de uno de esos pendejos de cinco años que harían que valga la pena el desplome del avión, aún yendo uno mismo una fila atrás.

El chico tenía uno de esas PlayStation portátiles, que usaba a TODO volumen, en uno de esos juegos en los que TODOS gritan hasta después de muertos. Especialmente después de muertos. La tortura duró veinte minutos, hasta que alguien tuvo la valentía de pedirle a la azafata que solucionara la situación. Ni la madre ni el chico estuvieron contentos conmigo. El padre siseó. Un poco más abajo aclaro esto.

El chico decidió que si no podía jugar a su manera, no lo haría de ninguna otra, nunca más, cosa que refrendó reventando el aparato contra el suelo y saltándole encima siete veces, por si quedaba alguna duda. Lo últimos zombies murieron aplastados.

Pero ni los hijos nacen de los árboles, ni las manzanas caen lejos de ellos. Las razones de lo que en un futuro sería un gran neurótico iban custodiando al chico, y a diferencia de él, habían dejado de ser promesa. Eran imbéciles en acto puro y potencia elevadísima.

La madre tenía todos los rasgos de carácter de mierda, y una vocecita que hubiera hecho explotar una por una las ventanas del avión, si no fueran de plástico. El padre, por el contrario, parecía el típico personaje sometido por un carácter dominante. Esta impresión duraba –o duró- menos de diez segundos. Resulta que el tipo tenía la necesidad de discutir todas y cada una de las cosas que su mujer sugería, decía, ordenaba o suplicaba. El tono del tipo no era agudo, y esto hay que agradecerlo, sino “siseante”, a lo víbora de Aquel Que No Debe Ser Nombrado.

De esos padres, ese hijo, que finalmente se durmió.

Madurar en mi cabeza la historia me llevó unos veinte minutos. Pensar en los detalles, imaginar profesiones y entornos, sueños y anhelos y la forma en la que morirían no me tomó más que eso. El silencio era absoluto, como la oscuridad. No podía pedir un mejor escenario. No existía.

Me paré con cuidado y procurando no hacer ruido, pero fue un acto reflejo, nada que surgiera de una necesidad imperiosa de devolver favores a la familia Addams, o al resto de los pasajeros, que habían estado muy poco solidarios en mi cruzada contra el hijo de Satán, Satán y la mujer de Satán.

Prendí mi computadora, y apenas apareció el reflejo de la manzanita, vi como la cabeza del niño asomaba del asiento de adelante. Me miró con una sonrisa que al principio interpreté como inocente, quizás amistosa. Digo al principio, porque en menos de dos segundos había cambiado a un rictus vengativo y sangriento. No exagero.

Después de amenazarme sin decir palabra, metió su inmunda melena (tenía una colita rutera) entre los asientos. Me preparé para lo peor, que empezó a llegar de inmediato.

Pito (se llamaba Felipe, le decían Felipito, y yo ya había decidido acortar aún más el nombre de forma de ridiculizarlo aunque fuera en mi cabeza), Pito se movía como si lo estuvieran cociendo a fuego lento, y con frecuencia cada vez mayor emitía una especie de grititos. Y cada vez más fuertes.

Mamá Pito fue la primera alarmada, que por supuesto antes de pensar que podía ser un sueño y nada más, decidió despertar a Papá Pito para una interconsulta.

Yo había empezado a anotar cosas aisladas en mi computadora, intuyendo que no tendría demasiado tiempo, No tenía lógica, dado que faltaban aún varias horas de vuelo. Pero sin darme cuenta estaba sopesando el factor Pito.

Resumiendo, Pito había soñado con una luz que lo asustaba, y habiendo sido despertado pese al mito popular de que no hay que despertar a los que duermen, tenía miedo del resplandor que salía de mi computadora.

Apenas escuché esto, supe por donde vendrían los problemas, y a modo de escudo, agarré mis auriculares blancos y puse una canción al azar. Cayó una de Phil Collins, I Wish it Would Rain Down. Fuera del avión empezó a llover.

La angustia de Pito por la luz mala (de mi computadora) despertó a dos personas más, y acercó a una azafata. Phil Collins le había dejado su lugar a Plain White T’s (Every Second Counts), pero era cada vez más difícil ignorar la presión. Tenía la sensación de estar escribiendo con un arma biológica en el medio de las Naciones Unidas.

Toc toc.

-Señor, disculpe que lo moleste, pero es tarde, y su computadora está molestando a algunos pasajeros. Le ruego que la guarde.

No me importaba la estúpida venganza de Pito, ni la humillación de tener que guardar la computadora como si fuera un criminal. Tampoco la falta de justicia, o que se decidiera cortar el hilo por lo más fino, que era cualquier cosa que estuviera por debajo de Pito, exceptuando al piloto (solo a uno). No, lo que me importaba era el cuento que se me había ido. Ya tenía la sensación de pérdida, de eso que viene con vos solo durante unos segundos, y lo agarrás o se va. Y Pito había hecho que se me fuera. Me lo había robado.

-Señor, ¿me escuchó?

Save Me (Queen) sonaba cuando me saqué los auriculares y miré estúpidamente a la azafata. ¿Cómo podía explicarle lo que había hecho Pito? Está bien, quizás no fuera tan dramático para la mayoría de la gente, incluso para escritores que entendieran el conflicto en su total dimensión. Pero para mi era la muerte, era la salida de un bloqueo que había durado meses, y si no era la salida –porque Pito la cerraba- era caer aún más profundo.

Pito sollozaba pero cada vez menos. Estaba empezando a cumplir su parte del pacto tácito que se había hecho entre él y el resto del mundo, contra mi. No había sido pronunciada una palabra al respecto, pero si me hacían apagar la computadora, él se comportaría, y como bono complementario, mantendría a sus padres en regla. Era una situación en la que todos ganaban.

Apoyé mi mano en la parte superior de la computadora, dispuesto a cerrarla. Era una derrota que me costaría meses de retroceso. Quizás años. Vi el reproductor de música. “Una Estate Italiana. Gianna Nannini. The Greatest Collection”. No tuve la intención inmediata de desafiar a la azafata, o al resto del pasaje, ni a Pito, solo de escuchar la canción. Me puse los auriculares y llegué a la quinta o sexta nota (empieza con un solo de guitarra). Empecé a cantar. Ojos cerrados.

Seguí así hasta el estribillo, momento en que abrí los ojos. No había nadie de toda la clase ejecutiva que no me estuviera mirando, pero yo solo veía a Pito. En ese momento había decidido seguir con la computadora prendida hasta que se acabaran las pilas –cosa que no ocurriría nunca, dado que la había enchufado- o me la hicieran apagar a golpes. Pero la mirada que le di a Pito no fue de odio, dureza o siquiera firmeza, sino de alegría. La canción me había devuelto la historia, y no había Pito en la tierra y mucho menos ahí en el cielo que me hiciera apagar la computadora y olvidarme del cuento.

El resto ya lo saben. “Pito en el Cielo” fue mi primer best seller, y la película la vieron todos, o la mitad pero dos veces. Pito en el Cielo me permitió dejar esa lucrativa profesión de aquello que hacía antes, y pasar a mendigar con esta de escritor, porque best seller o no, película, Oscar o Juan, la plata no está acá.

¿Pero saben qué? Con una mano en el corazón, me importa un pito.

5 comentarios:

  1. jajajajjajajajja Tremendo!!!!! Muy muy bueno!!! el futuro neurótico, un poco de todos.. eso q tenemos, y no lo queremos decir.
    Genial!

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  2. Cómo sabemos ... vengo con demoras. Ayer viajé en moto, hoy en avión. Cada viaje en 2 teclas se torna más satisfactorio.
    No sólo transmitis bien lo que sienten los protegonistas, sino que nos musicalizás el momento, cómo cuando escribiste "Oído absoluto". Esa magia ...

    Que nunca se gasten esas teclas Nippu. Nos haces volar un ratito.

    Un abrazo grande

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  3. Antonela Cappella15 de abril de 2011, 8:46

    Me encantó! Ahora empiezo a seguirte en twitter. Me trasnsportás!

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