sábado, 11 de junio de 2011

Padre e Hijo

Alejandro está viejo, y tiene miedo.

No le asusta la muerte, sino lo que viene después de ella, y no para él, sino para su hijo.

Alejandro es un luchador. Lo ha sido toda su vida, y aún ahora, cuando sus atardeceres deberían consistir en una copa de su mejor vino, a la sombra de algún árbol, él pelea.

Su mayor lucha es contra sí mismo, pues segundo a segundo resiste la tentación de tomar las armas, y enfrentar al enemigo, pero sabe que la muerte sería un acto de cobardía. No, él no puede morir, no todavía, cuando queda tanto por hacer.

Alejandro es rico como pocos, y sabio como menos aún. No se requería el don de la clarividencia para entender que la historia estaba por forjarse, y él sabía, como supo siempre, que él y su hijo serían parte.

Y se preparó.

Pero fuera de sus ojos, el niño despierto y lleno de coraje, se ha convertido en un hombre débil y temeroso. Ocurrente, hábil con las palabras y hasta entretenido, aún él debe reconocerlo, pero manso a la hora de ser fuerte. Y no hay otra forma de decirlo: su hijo es un cobarde.

No puede pasar otra noche sin que lo enfrente, y decidido, se pone de pie. Sabe que su hijo habrá de estar en la sala, leyendo alguno de los clásicos griegos que tanto le gustan. Con paso firme camina hasta ahí, solo para descubrir que la sala está vacía.

Su frustración es inmensa, y los gritos aún más grandes, pero nadie acude. Nadie, a excepción de aquel hombrecito que de alguna forma se ha convertido en la sombra de su hijo.

Con dificultad –cada diálogo con él es un suplicio-, Alejandro lo interroga sobre el cobarde de su hijo. No tiene sentido disimular más, y él no lo hace. Finalmente, luego de un largo rato, entiende que su hijo ha partido al pueblo, donde seguramente gastará otra pequeña fortuna en una eterna noche de vino y mujerzuelas.

El pesar es tan grande que lo abate, y es el hombrecito quien lo ayuda a sentarse en el sillón de cuero, en el que por fin se duerme.

Aún estará dormido, horas después, cuando el hombre del color de su sombra lo acaricia con cariño, y dolor. No verá las heridas en el pecho y el brazo de la sombra, ni su gesto de impotencia cuando el otro hombre, el hombrecito, con sorprendente facilidad para suplir el don que la vida le quitó, le explique que la última palabra de Alejandro, antes de dormir, fue “cobarde”.

Y la sombra, que tiene el poder de hacer feliz a su padre con solo despertarlo en ese segundo, sabe también que esa felicidad lo pondrá en un peligro de muerte, uno que no es justo que su padre enfrente.

Y la frase que su padre le repite día a día, cobra sentido una vez más. “No es fácil ser un De la Vega, pero no tenemos elección”.

Y Diego lo sabe mejor que nadie.

5 comentarios:

  1. Los ví, te juro que los ví a los tres!

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  2. El hecho de que no se entienda casi nada hasta el último renglón hace que te haya puteado un ratito al pensamieno de "qué necesidad de darle tanta vuelta"?.

    Todo cobra sentido con el último renglón, ahí donde aparecen Diego y Bernardo.

    Igual sos un choto, me hiciste comerme el creaneo a esta hora.

    Muy bueno, as always.

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  3. Qué lindo darme cuenta que no fui la única en putear por haber puesto en funcionamiento mis neuronas un sábado a la noche, pero el que quiere celeste ...
    Creo que El Zorro tiene otra cara ahora.
    Abrazo grande Nippu.

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  4. Todos tenemos elección. Aún los De la Vega.

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  5. Quedé atrapado hasta el final, y no es fácil. Pero es un poder que tienen casi todos tus cuentos. Gracias por tanta calidad, Nippur DL.

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