viernes, 15 de julio de 2011

Scanners, los Amos de la Muerte

Mis valijas cerraron en un claro ejemplo de que solo hay que sentarse arriba de las cosas para que se hagan. Y también de que estoy gordo.

Siempre dije que los logros son como los autos. Apenas los conseguís se devalúan un veinte por ciento, y después de un tiempo, el ochenta restante. Claro que tampoco he logrado tanto en la vida como para ser considerado un experto.

Eso ocurre con lo que acabo de conseguir. Ahorita mismo, mientras estoy tipeando para no pensar en “lo que viene, lo que viene, lo que viene”, empiezo a hacer justamente eso: pensar en lo que viene

Basta que te digan “no pienses en una pelota amarilla”, para que no puedas sacártela de la cabeza. Prueben. Bueh, así es como estoy, imaginando el negro futuro en el aire.

Le tengo más miedo a los chicos en los aviones, que a los aviones mismos (ver “Me Importa un Pito”, del mismo grado y colegio), así que las trescientas horas de vuelo que tengo por delante no me asustan. Las colas, las horas sin dormir, las películas que ya vi, mi colega y amigo resfriado y a punto de pegarme la peste son otra cosa. Casi estoy deseando que se caiga el aparato.

Hay una escena de Matrix en la que Neo y Trinity entran a un edificio con un bolso cargado de armas. Lo pasan por el escáner, y cuando empiezan a sonar las alarmas, liquidan a todos los guardias y tranquilamente se suben a un ascensor.

Hasta lo de las alarmas, es lo que va a pasar conmigo. En un exceso de optimismo y un descenso de precio en los aparatos electrónicos, compré un par. Varios. Bastantes. Digamos que si mi mochila se cayera al agua morirían varios peces electrocutados. Graciosísimo, pero el escáner de Ezeiza va a sonar como si llevara una bomba. Y a diferencia de Neo, yo no puedo matar a ningún guardia

En una época los vistas de aduana eran fáciles de engañar. Les decías que una máquina de rayos catódicos (por poner algo), valía ciento cincuenta pesos, y te creían. No era tanto que fueran buena gente, sino que eran vagos, y el diálogo iba más o menos así:

Guardia: ahhh, una máquina de rayos catódicos. Debe ser cara.

Yo: No. Para nada. Vale ciento cincuenta.

Guardia: ¿Nada más? Bueno, ¿y cuánto me vas a dejar?

Yo: y … mucho no tengo. Fijate que me alcanzó nada más que para una máquina de rayos catódicos. Si hubiera tenido más guita hubiera comprado la de rayos espasmódicos.

Guardia: si, esa sí que está buena. Bah, dame cinco pesos y andá, pibe. Ojalá llegues a la de espasmódicos más adelante.

Y después de tributar una modesta suma, uno seguía. Pero ahora las cosas cambiaron.

La consecuencia más negativa de los robos de valijas en Ezeiza no es la que uno podría pensar, no señores. Está bien, hay un, digamos veinte por ciento de la gente que pierde todo lo que trae. Es lo que hay, y si vas a despachar un Ipad a Buenos Aires, merecés que te peguen un tiro. Estate contento de que nada más te lo roban.

Pero no contentos con el choreo, usan y abusan de Mercado Libre. Y en consecuencia, saben los precios de los aparatos casi mejor que los fabricantes. Después de todo, ellos venden más notebooks que Garbarino, por poner un ejemplo.

Así las cosas, los diálogos han cambiado.

Guardia: Un Iphone 4, de 32. Ahá. Mil dólares en Ebay, a no ser que lo hayas comprado con el abono de dos años de AT&T. La mina que me limpia el depto de Miami tiene uno, el abono digo. Problemas de señal.

Yo: No, no es original. Es una copia trucha.

Guardia: ¿Vos me estás cargando? Mirá la carcasa de metal, la terminación, la velocidad (mientras con MI 3G chequea el precio de SUS acciones). No pibe, buen intento, pero esto es más posta que la bosta.

Yo: jeje. Qué buena frase.

Guarida: (totalmente inmune a mi bochornosa chupada de medias). Dame dos gambas. Gringas.

Yo: pero eso son ochocientos pesos. ¿No puede ser un poco menos?

Guardia: tenés trescientos de franquicia. Sobre los setecientos restantes tendrías que pagar tres cincuenta. Y eso solo por este aparatito. ¿Querés que saquemos las cuentas de las demás cosas que traés? Mirá que mi amigo el de rayos equis ya te vio hasta los cromosomas.

Yo: Tengo nada más que cien. Están en la última página del pasaporte.

Guardia: (haciendo desaparecer los cien más rápido que Copperfield) Bueno. Nada más que porque la tenés clara. ¿Sabés la de boludos que sacan la plata sin siquiera disimular? Parece que estuvieran comprando un “champán” en el Lido de París. Andá pibe. La próxima guardá un poco más para nosotros, mirá que no todos son tan buenos como yo.

Y yo seguiría feliz y contento con mi maremágnum de aparatos, rumbeando hacia el remise con mi nombre en el cartelito.

Pero todavía no sé si va a pasar eso, o si esta será la vez de la debacle, esa en la que apueste mi felicidad electrónica a color, y salga el cero.

Mientras tanto, y como no soy masoquista, trato de dormirme mirando Expreso de Medianoche, que acabo de bajar a mi compu nueva. No importa lo que sueño, ni el desayuno del avión, que es un asco.. Tampoco la alegría de que mis valijas estén y no hayan sido tajeadas (nunca pongo nada de valor adentro). No. Lo único que importa es superar esta barrera que la naturaleza y la política aduanera me han puesto enfrente: el inspector.

Me asignan a una fila atrás de un matrimonio que tiene cuatro valijas, más cuatro bultos de mano. La cartera de la mujer podría guardar tranquilamente un par de sandías. El inspector no puede evitar restregarse las manos pensando cuanto les va a sacar.

Logro distraerme con mi teléfono nuevo agarrando rápido el 3G y empezando a bajar e-mails. Descarto los primeros seis ya sea por que son basura o del trabajo, y me concentro en el séptimo: un amigo con una historia. Me gustan las historias.

Cuando estoy por llegar al final, siento un par de ojos taladrándome el pecho y levanto la vista. El matrimonio ha partido, y por alguna razón el tipo no quedó contento. Su cara es una mezcla de “se acaba de morir mamá” y “la mataste vos”.

Quiero colaborar y sobre todo quiero que la mochila que tengo en la espalda no sea atacada por los rayos equis. Pongo las valijas con las cosas bobas (todo lo que no se enchufa) en el escáner. La máquina se chupa las valijas, pero los ojos del tipo no se mueven. Está murmurando algo, y si esto fuera un libro de Harry Potter, apostaría que me está dedicando un Avada Quedavra.

Me mira un rato más, y al final se decide a hablar. Es directo.

Guardia: Como me engrampaste, ¿Eh?. Te doy dos lucas gringas y dos de esos (dice señalando mi Iphone nuevo). Más de lo que te van a pagar la nota.

La primera fracción de segundo la uso para sacar la cara de estúpido que debo tener en este momento, y como no soy estúpido, uso la segunda fracción para darme cuenta de que es lo que pasó. Sonrío y no con malicia, sino con sincera sorpresa y candidez. Lo último que quiero es extorsionar a este o cualquier otro tipo.

Guardia: te parece gracioso. Mirá, pibe. Famoso no te vas a hacer. Eso lo tenés claro, ¿no? Cinco lucas. Y va a ser así. Vos salís caminando tranquilo, como si nada, y esperás en la puerta que da al estacionamiento. En menos de cinco minutos te van a dar una bolsa con la guita y los aparatos. Vos les das el tuyo y acá no pasó nada. Eso, o no llegás al taxi. Ahora andá, pibe. Ojalá decidas bien.

La historia corta es que en la bolsa que me dieron efectivamente había cinco mil dólares y dos teléfonos. No sé que habrá pasado cuando el guardia vio que yo no había filmado nada, y tampoco creo que cinco mil dólares y dos teléfonos (uno, en realidad, ya que se quedó con el mío), le duelan demasiado a la corporación aduanera. Lo que sí sé, y todos ustedes pueden comprobarlo cuando quieran, es que si se acercan a menos de cinco metros de un inspector de aduana en Ezeiza, con un teléfono en la mano, o con cualquier cosa que aparente ser capaz de filmar, se les van a tirar tres o cuatro al cuello.

Es que como los velociráptors, estos también aprenden.

2 comentarios:

  1. ¿Ficción o True Story?
    En estos tiempos hay que desconfiar hasta de nuestra propia sombra ...
    Espero tener ESA suerte si me ven con un celular.

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