jueves, 10 de marzo de 2011

El Ultimo Fósforo

Era una noche más de pantallas abiertas. Un word, mail, alguna que otra red social, música y el Safari. Pantallas y botellas. El Jack Daniels estaba ya por la mitad, y había sido inaugurado solo un par de horas antes.

En algún momento hice click sobre un link, y se abrió el blog, ese en el que una tal Soledad describía algunas vueltas de la vida.

Odio la catársis 2.0. Es barata y pueril. Por lo general va por carriles que mezclan la palabras corazón y llanto, abandono y traición, y la repetición indiscriminada de la palabra “amor”, a un promedio de dos veces por párrafo. Y abundantes errores de ortografía.

Pero Soledad no decía nada de eso. Arrancaba como un cuentito casi infantil, describiendo con simpleza un encuentro, y lograba mostrar la risa y hasta la felicidad, sin caer en esos montajes de comedias románticas, que terminan en un paseo por algún parque, en el que los protagonistas caminan con los zapatos en la mano y cara de imbéciles.

En algún momento, ya por el tercer o cuarto párrafo, la cosa empezaba a complicarse, y no eran motivos sórdidos o fulgurantes, sino caminos que llevaban a lugares distintos.

Llegando al final del relato, Soledad (24 años), escribía entre líneas, con letra de molde y sangre, que no había ninguna posibilidad de que siguiera viviendo una noche más. “No importa que con el último fósforo se haya encendido una gran hoguera. Ningún fuego es eterno, y era el último fósforo”. Para mí, estaba clarísimo.

No usaba palabras como suicidio o muerte, ni siquiera despedida, lo que hacía la imagen aún más poderosa y tangible.

Abrí la ventana, y el humo de mi habitación se escapó junto con toda mi modorra. De golpe estaba más despierto que nunca, y con algo importante por hacer: encontrar a Soledad.

Mi camino hacia el blog había sido sinuoso, y no hubo forma de reconstruirlo. Y el blog en sí, tenía una sola entrada, esa, y cero datos personales o comentarios.

La solución no estaba en la red, sino afuera, o adentro del cuento, y ahí volví. Soledad hablaba de trenes y de barcos, de alturas cercanas a Dios, y de plazas con barrancas que bajaban como la vida. La idea me vino de golpe, y era tan improbable como la situación. También era la única que tenía.

El edificio Kavannagh está sobre la calle Florida, y del techo se puede ver la plaza San Martín, la estación de Retiro, y el puerto. Y esa noche, a una mujer de 24 años llamada Soledad, parada en la cornisa norte.

Me había tomado diez minutos llegar al lugar, y una corta carrera de menos de veinte metros llegar a los ascensores, con un sereno persiguiéndome a los gritos. Pero todo eso había quedado atrás.

Me acerqué despacio, y ella se dio vuelta como si me esperara.

- ¿Cuál es el sentido de todo? –me preguntó con tristeza.

Encogí los hombros, sin dejar de mirarla, y retruqué con la pregunta que esa noche salvó dos vidas, la suya, y también la mía, en formas que solo el tiempo me haría entender.

- ¿Buscarlo?

Pasó un segundo o una hora, no puedo saberlo, pero cuando tendí la mano, ella la tomó, y bajó de la cornisa. Cuando nos dimos vuelta, dos guardias de seguridad miraban en completo silencio, asustados.

Nos dejaron salir sin decir palabra, y un rato después estábamos sentados en un bar de la estación. Soledad todavía temblaba un poco, y en su mano derecha, tenía un papel arrugado. Me lo dio.

- Es la historia de tu blog – le dije, mientras lo leía.

Fue la última vez que hablamos del tema, pero su respuesta me intrigará para siempre.

- Yo no tengo un blog.

13 comentarios:

  1. No me gustó, hasta que leí la última línea. Eso es buenísimo, y a lo mejor peligroso también.

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  2. Bien! El nudo del final siempre prolijo...
    Atte/

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  3. que lo pario
    fue divertido hasta que se torno muy parecido a una historia conocida
    igual, el final siempre es demasiado bueno

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  4. Recuerdo haber leído este cuento en un viaje y no haberlo podido comentar por el mismo motivo.
    Puede que sea repetitiva pero siempre me transporto a esos lugares, poniéndole cara a los personajes y sintiendo por los minutos que dura la lectura lo que ellos.
    Sin lugar a dudas ésta puede ser una historia real, a veces la vida nos muestra o enseña cosas de maneras mágicas ...

    Un placer querido, saludos!

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  5. Antonela Cappella19 de abril de 2011, 5:33

    Igual que a anónimo! Pero que bien lo rematas!

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  6. tremendo, un nudo en la garganta... Sin palabras, excelente para variar

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  7. Es realmente curioso lo elocuente que podés ser sin saberlo.

    Capaz hoy entre porque estaba aburrida, tuve un día fatal y quería alegrarme un poco antes de acabar semimuerta en mi cama.

    Quizá sólo fue casualidad ir directamente a este cuento. Ponele que sí.

    La sensación es extrañana, pero placentera. El final también me impacto.

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  8. En mi opinión, un autor es bueno cuando me deja con las ganas, cuando siento que tengo que seguir leyendo aunque el final esté cerrado. Empecé con un cuento y no pude dejarlo hasta leer todos. Realmente espero que sigas con esto, porque me resultó muy placentero. Hoy no fue un buen día y realmente leer lo que escribís me ayudó mucho. Realmente sos un artista.

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