miércoles, 31 de agosto de 2011

La Clave

Era inteligente, inseguro y tenía tiempo. Y sobre todo dudas, muchas dudas.

Las contraseñas de su mujer eran desconocidas para él, y sabía que preguntarlas no haría más que generar rechazo. No lo hizo.

Descartó los mails por improbables, y se concentró en Twitter. Si había algo, estaría ahí.

Conocedor de la naturaleza humana, o de aquello que sean quienes pasan horas en la dichosa red social, se basó en el ego para su proyecto.

En cinco minutos, armó una página de Internet que prometía estadísticas sobre lectura de Tweets, pronósticos de incrementos o reducciones de seguidores, y ubicaciones de los mismos. El único requerimiento era poner el nombre de usuario y la contraseña de la plataforma.

Por supuesto, creó los consabidos párrafos que prometían privacidad, y aseguraban que ninguna información sería divulgada.

En el minuto seis, añadió una orden para que automáticamente, apenas se ingresaba la información, saliera disparado un tweet promoviendo la página.

El minuto siete fue destinado a dirigir un tweet de un usuario anónimo, hacia las trescientas personas que su esposa seguía. Y también a ella.

Durante los minutos ocho a catorce, observó cómo los nombres de los usuarios, así como sus claves, se multiplicaban en la base de datos correspondiente.

Al minuto quince, su esposa llenó el formulario, y él obtuvo la clave que le permitiría leer sus mensajes privados de Twitter.

Menos de dos minutos después, las dudas eran olvido.

La ambulancia llegó al minuto cincuenta y ocho.

-Mirá, un tipo joven. ¿Qué puede tener alguien en la cabeza para saltar de un piso doce?-le preguntó el paramédico, al policía que estaba custodiando el cadáver.

-La respuesta a eso sería la clave para evitar que pase-contestó el policía.

Pero era justamente la clave lo que lo había matado.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Gracias Parciales

Hace más de un año empecé con esto de Twitter, y pegadito, se me ocurrió armar un blog. Hasta ahí, todo solo, como un campeón.

¿A dónde se llega sólo? A ningún lado, obvio.

Mi primer cuento se lo emboqué a @juanfaerman, después de pedirle el mail por DM. Así, de caradura, y me hizo una devolución impecable. Sé que no le estoy haciendo un favor con esta mention, porque si yo fuera ustedes, y me gustara escribir, lo atosigaría ya para que me ayude. Pero bueno, tampoco estoy acá para hacer favores.

Casi al mismo tiempo ataqué a @emipizarro, también buscando opinión. La generosidad de la niña es, inmensa. INMENSA.

Algunos más leyeron bosquejos, y opinaron. @empleada, @recontrahdp, @missjizzle, @tinyfoxy … y sí, mujeres. Sacando a Juan, el apoyo inicial vino del sexo opuesto. Apoyo que nunca me dejaron retribuir.

Y salió el blog, con un cuentito, y después con otro, y se enlazaron hasta convertirse en libro. También siguieron saliendo otros cuentos por ahí, y hoy hay un montón.

@matiildaxd, @coculo y @camcienfuegos99 se dicen “hola” cada vez que están juntos en Twitter. Además de eso, me empujaron el blog a morir. Ahora sólo falta que algún día me saluden a mí.

@flomen9, cuando leía, y su hermana @celestem85. @sebun21 (tech support) y @franchulo (crack). El @negrogp, @willieCula, @paulyn1979, @castrolucas, @nanita y @denifevre, leyeron, comentaron, criticaron y difundieron.

@casiopea_ba, que me ha mandado a lugares insólitos, leyó todo, aún hasta hoy, y como toda la gente sabe, me ha comentado siempre.

Apareció @chapita, su recomendación a Oblogo y un premio al que me votaron todos ustedes. @horaciocabak leyendo mi cuento en la radio. Ganar. La primera (y única) vez que hice plata escribiendo. La sensación debe ser algo parecido al sexo. Tengo Twitter, así que no puedo comparar muy bien.

@TrinityFlux, la @Turca09 y también @fetcheves. Las “chicas del 13”. Yo nací un 13, ¿será por eso que me pusieron tanta onda al blog?

Oblogo de vuelta, y de vuelta. Es increíble el trabajo que hacen. Gratis.

@jcpetruzza y @peterkrasno. Incondicionales.

@zeinicienta, @yosoyunika y @anitaquirantes, y @caroonfive, también.

@cortodegenio (nik equívoco, si los hay).

@kalipolis y @hadacon, siempre se portaron bien conmigo.

@laspornografas y su concurso de cuentos eróticos. Una mención a la única cosa con algo de erotismo que jamás he escrito. Un cuentito más, con una gran foto (búsquenla en mi blog, aunque sea eso, vale la pena).

@r_corre, @jprodríguez, @diecale, @lsilvial, @lemapach, @gwainstein, @fdcuria.@holyvulva y @lasaparuperto.

@seleccione, @conejodede, @clacanna, @enriqueansaldi, @gonesco, @adelfaisnotdead.

@chaplin (te juro que el libro va a terminar).

@lapeces y @eladversario , aunque ya no pasan tanto.

@vilgrim, @falladito, @vivoencharlone (correctora free lance), @efectoclara, @pechugaslocas, @carysar_, @natuchi08, @bastamae

@mariacarambula, aunque en El Elegido me hayan choreado la idea de abrirle cuentas de TW a los personajes de una novela. Te banco, María.

@goldenmax (estuvo bueno salir en la radio).

@lavacadrogada un genio.

Bueh, gracias a ellos (y a todos los que no nombro porque sé que prefieren el incógnito), ayer el contador de visitas pasó las 100,000.

Es el laburo, si, laburo, de más de un año. Divertido y con rentabilidad negativa, pero con satisfacciones.

Los que no escribían y dado que “hasta vos escribís”, se largaron a hacerlo.

La mujer golpeada que me mandó varios mails, diciendo que un par de cuentos míos la habían ayudado. Impagable.

Las puteadas de la gente que no entiende, o a la que no le gusta, pero que aún así, se toman el trabajo de leer.

Los que no nombré, y no me va a alcanzar la tarde para pedir disculpas, pero aunque escriba como un animal (mal), soy humano.

Los que me preguntaron si algún cuento era cierto, si me había pasado a mí, y a los que les tuve que responder que no, y que tampoco soy un vampiro, o ciego, o mujer.

Si tuviera un mínimo de originalidad, tendría que terminar esto con otra palabra que no fuera gracias.

Así que vamos con lo que decidí usar de título, y no son totales, porque espero que sigan leyendo, y pueda seguir agradeciendo.

Gracias parciales.

Marcos

PD. Las ventajas de Internet. Agregar a los que me fui olvidando: @suenalindo, @cachando y @nadiemelee, por ahora.

@Luquid, porque RTear bien también es un arte.

A la @drapignata, con cuyo mínimo aporte, todo esto podría haber sido destruido de un plumazo.

@tkhead, que me pasaba música para escribir.

@agentsmith uno de ellos dice alguna vez haber leído algo. No tengo motivos para dudar, y si aprecio y admiración a la persona, tras el personaje.

@tfourcade, capo.

@matiass1977, otro que apoyó y recomendó a full.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Skin Money

El antecedente era siniestro, tecnología Nazi aplicada a la edad moderna, aunque con un fin más loable: salvar vidas, en lugar de arruinarlas. La gente tendría un tatuaje con un código de barras;los hospitales tendrían lectores, y los médicos accederían a las historias clínicas de los pacientes mediante un escáner. Era la única forma en que algo tan abominable, podría tener un uso decente.

Pero el mundo no es tan ingenuo como yo.

Recorrí oficinas gubernamentales, hospitales, clínicas privadas, y empresas de medicina prepaga, sin éxito. Solo en una de estas empresas, de medicina privada, llegué a explicar en detalle mi idea. La estudiaron a fondo, pero finalmente no les resultó viable.

Al año, se lanzó el “Skin Money” en Estados Unidos. Era mi idea, pero aplicada a extracción de fondos en cajeros automáticos, cines, y hasta computadoras personales. Evitaba el traslado de dinero y tarjetas de crédito, y proveía una autenticación cien por ciento efectiva, e inviolable.

Me lamenté en silencio. Una gran idea, que yo no había podido llevar a cabo.

El silencio duró poco.

Las tapas de los diarios identificaron con rapidez al inventor argentino del Skin Money, que por supuesto era el dueño de la empresa de medicina prepaga.

El tipo hablaba de las bondades del Skin Money como si se lo hubiera sugerido un ángel, e incluso decía que su sueño era llevar esa tecnología al área de la medicina “cuando los costos lo hicieran posible”.

Se negó a recibirme, por supuesto, y ningún abogado consideró que yo tuviera posibilidad alguna de reclamar nada. Aparentemente hay que patentar ese tipo de inventos, cosa que cualquier estúpido sabe. O casi cualquier estúpido.

Pasó otro año, y varias cosas conspiraron para que mi veneno se incrementara. La vida no me trataba bien. Mi resentimiento había pegado de lleno en mi trabajo, y como consecuencia de esto, ya no lo tenía.

Mi mujer me había abandonado hacía poco más de dos meses, llevándose a los chicos con ella. Y en algún punto yo estaba feliz de que así fuera. Yo, más que nadie, reconocía que en ese estado, era perjudicial para todo, y para todos.

El punto cúlmine fue cuando Google compró Skin Money, en varios miles de millones de dólares, y tuve que soportar la cara “del hombre más rico de Argentina”, en cuanto diario o canal de televisión miraba.

La transacción se hizo en directo para todo Argentina, y el detalle simpático es que no hubo firmas, sino antebrazos y códigos de barras.

Necesité meses enteros de obsesivo planeamiento, y una noche de extrema suerte. Todo se dio como lo pensé, y acá estoy, dispuesto a efectuar la prueba última y definitiva del Skin Money.

El tipo me ofreció fortunas, y cuando vio que lo que yo quería era que las mismas fueran trasladadas a mis cuentas bancarias (creadas para la ocasión) mediante el Skin Money, quiso abrazar la computadora de su casa para darme la plata y que yo me fuera. Pero no lo dejé. Yo quería más.

Y ahora, mientras se desangra en el suelo, yo, con su brazo en la mano, me pregunto si el Skin Money funcionará separado del cuerpo.

Y sí. Funciona. Mientras veo varias transferencias de menos de un millón de dólares cada una llegar a mis cuentas, se me ocurre que el futuro de la empresa es menos que brillante. A nadie le gusta andar por la vida sin un brazo.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Anarquía

Como muchos movimientos anárquicos, empezó como respuesta a la prepotencia de alguien.

Mi semana venía mal, a tono con el resto de mi vida. Y el sarcasmo del juez no ayudaba.

-Las máquinas no mienten.

-Yo tampoco. No iba rápido.

La prueba consistía en una foto de mi auto, con la patente resaltada, y un epígrafe que decía 78 km por hora, en una zona de 70 permitidos. Considerando el diez por ciento de tolerancia, me había pasado por un kilómetro.

-Un kilómetro o cien. La infracción existe. No me haga perder más tiempo.

La bronca se había convertido en odio. A un sistema al que no le importaba lo que yo hiciera, dijera o pensara. A un funcionario que era igual a muchos otros, que ejercía su pequeña cuota de poder al máximo, humillando a la gente en cada oportunidad disponible. Y a la realidad, y a la vida, que también aprovechaba cada oportunidad disponible, para atropellarme. Y a esa no le sacaban fotos.

Me senté en el auto, y de acompañante tenía al modelo de mi última derrota, el pomo de pintura en aerosol más ambicioso y menos vendido en la historia. Había invertido cinco años, y hasta el último peso en una pintura que no se borraba con nada, solo para descubrir también que a nadie le interesaba. El último fracaso de una larga cadena.

Sin pensarlo, bajé y rocié toda la patente con pintura negra. A esa patente no la reconocerían nunca más por fotos.

Todo lo que siguió, pasó a la velocidad de la luz. El policía que custodiaba el tribunal de faltas, agarrándome del brazo, como si yo acabara de robar un banco; la marcha del día, con piqueteros exaltados reclamando quién sabe qué cosa, y que vieron en el policía al enemigo más cercano e indefenso. El policía corriendo a refugiarse adentro de la oficinita.

Mi baúl, repleto de aerosoles, y mi generosidad, regalándole uno a quien lo pidiera, y los receptores, felices, pintando cuanta patente había a mano.

Un teléfono con cámara, y los millones de visitas en Youtube.

La rabia generalizada, y la masa pintando cientos de patentes atascadas en el tráfico.

Buenos Aires, de un día para el otro, se convirtió en la ciudad de las patentes negras, y el resto del país no tardó en imitarla. Después vino Brasil, pegadito a Chile, Uruguay y Perú.

Como todos saben, esto que cuento pasó hace exactamente un año, y no parece que vaya a detenerse en un futuro próximo.

Recién ahora puedo parar a ver la magnitud del fenómeno. Mientras todos se dedicaban a pintar patentes, yo era el encargado de proveer el aerosol. Porque no bastaba pintar las patentes, tenía que ser con MI aerosol.

La fábrica de Burzaco me quedó chica al mes, y puse otra en zona norte. La segunda de las cuarenta y dos que tengo ahora. De esas, veinte están en Argentina, y el resto desperdigadas por ahí. Cuatro, las más grandes, en China.

Con esa rapidez que tienen algunos gobiernos para responder a las emergencias, ahora, al año de todo, están tratando de cerrar algunas fábricas. Les he puesto tantos abogados en el medio que lograrán hacerlo cuando ya no queden más patentes por pintar.

El siguiente resorte fue la prensa. Algún funcionario iluminado, decidió echarme a los perros, y día y noche tenía todo tipo de cámaras siguiéndome por todos lados. También fue sin pensar que lo hice, pero hecho está. Esta mañana, salí de mi casa y a la primera cámara que se me puso en frente, le rocié medio tubo de mi aerosol.

Y ese fue el verdadero principio de todo.

lunes, 8 de agosto de 2011

Una Casa

En algún momento de mi vida, decidí que era mejor vivir en una casa, y a diferencia de la mayoría de las cosas que resuelvo, esta se dio. El destino tiene formas crueles de reírse de nosotros.

Nunca fui un fanático de los animales. Bastante ya me cuesta entender a la gente.

La presión empezó casi sin que yo lo advirtiera, pero no se detuvo nunca, hasta que se hizo insostenible. No cedí, pero poco importó, y así un día del padre, me encontré con un simpático cachorro, que tenía el poder de haber meado hacía cinco segundos, cuanta cosa yo me decidía a tocar.

Lo bueno del perro es que se fueron los gatos que invadían mi jardín. Lo malo, aparecieron ratas. Todavía no les puse nombre.

Colmada la cuota de mamíferos, aparecieron los insectos. Primero las hormigas, de varios colores y tamaños. En cantidades industriales. Después las avispas, abejas y camoatíes, que con la perseverancia de obreros japoneses, hacían nidos en todas las paredes de la casa.

En verano los mosquitos, pero les gustó tanto mi casa, y en particular mi sangre, que los únicos días que no vienen son aquellos en que hiela.

En algún momento, entre tanto insecto, el perro creció, hasta convertirse en algo que chupa más energía que un agujero negro. Mi energía.

Empecé paseándolo a pie, después en bicicleta, y por último en una motito (re canchero). En eso estoy ahora, pero ya me caí un par de veces, y los moretones duelen más que antes.

La bitácora la escribo después de una noche movidita. Me ensarté un dedo en una trampa para ratas (es un mito eso de que comen queso). Después, a mi perro le dio un ataque de epilepsia, delante de mi hija menor.

No sabíamos que el perro hacía esas gracias. Hay gente que en las emergencias se paraliza. Yo no. Yo hago estupideces. Teniendo miedo de que se ahogue, le metí la mano en la boca, para sacarle la lengua. Lógicamente, lo primero que hizo cuando se recuperó, fue morderme.

Estamos en invierno, y puedo decir sin un gramo de pesimismo, que será el último mío. El perro seguirá creciendo, y su energía terminará por absorber toda la mía. Lo que quede, se lo chuparán los mosquitos, que de “quitos” no tienen nada. Por último, todos esos bichitos que tan plácidamente duermen en los nidos que construyeron, saldrán también a picarme, cuando las flores florezcan.

Lo único que me queda claro, es por qué el destino quiso que yo me mudara a una casa.