miércoles, 7 de septiembre de 2011

¿Cómo estás?

-¿Cómo estás?-quiere saber ella por teléfono, casi burlándose de mi.

Si me preguntás como estoy, después de haberme arrancado el corazón solo para pisotearlo con tus zapatitos nuevos, es que además de sádica, sos tarada. Muy.

-Bien-le contesto con tono neutro.

-¿Qué hiciste hoy?

A ver, dejame pensar. Me levanté a las once de la mañana, y todavía seguía borracho. Vomité hasta las tres, y después bajé a comprar otra botella de Whisky. Todo eso mientras miraba diez mil fotos tuyas.

-Nada. Vi algo de tele y después leí un poco. Tranqui.

-Me preocupás.

Si, si. ¿Y en qué momento exacto es que te viene esa preocupación? ¿Cuándo te estás revolcando con tu novio nuevo, ese amiguito de la facu que te parecía simpático pero nada más, o cuando prendés un pucho con las páginas y páginas de estupideces que escribí para recuperarte, y no sirvieron para nada?

-Tranqui. Gracias, pero tenías razón. Todo pasa. ¿Y vos?

-Bien. ¿Pensás en mí?

La pregunta me sorprende por lo estúpida. Pensar es algo que involucra el cerebro, y los espasmos que tengo a la noche sacuden todo mi cuerpo. ¿Pensar? Pensar es mover neuronas, y que yo sepa, no provoca llantos descontrolados.

No, no pienso en vos. Nada más te siento todo el día, en todo el cuerpo. Mucho. Mal.

-Si, claro. A veces. Un poco.

-Sonás enojado.

Me enojé cuando salí del cine, y me habían rayado la puerta del auto. Me enojé cuando me robaron el aguinaldo en el subte, a punta de faconcito correntino, o cuando River se fue al descenso. No. No estoy enojado. Lo que tengo es una sensación que nace en una parte tan profunda de las entrañas, que ni siquiera ha habido un doctor que le ponga nombre. Es un odio tan palpable, que podría hacerme millonario vendiéndolo para que fabriquen chalecos antibalas. Es desearte tanto la muerte, que si te murieras, lo lamentaría porque ya no podría seguir deseándotela más. No, lo que tengo no califica de enojo. Y sea lo que sea, nunca vas a tener la satisfacción de saberlo.

-No, para nada. En serio.

Hay un silencio, y me viene a la cabeza la idea de que se está ahogando. No sé por qué, pero la imagino con un ataque de asma (enfermedad que no tiene), y necesitando el inhalador, que se encuentra a diez centímetros de su mano. Ella no llega, y yo estoy ahí parado, disfrutando.

-Te extraño-me dice de repente, entre lágrimas.

Entiendo de inmediato el dolor en mi mandíbula. Después de haber estado tantos días sin hacer siquiera una mueca, mi sonrisa tensa músculos que ya no tenía, y lo noto.

-¿Querés que vaya?

-Si vos querés …

No quiero ni imaginarme la bronca que tendré la próxima vez que agarre un papel y escriba, pero ahora, ahora me estoy tomando un taxi.

13 comentarios:

  1. Que bueno que el amor venció el orgullo y se dio a si mismo otra oportunidad de ambas partes &

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  2. Buenisimo Marcos, como siempre.

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  3. Es feo ser ella.

    Muy bueno, como siempre Nipp.

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  4. Muy bueno! Sin llegar a llamar odio a ese sentimiento, pase sin dudas situaciones similares.

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  5. Impecable como siempre. El relato que me envuelve y me traslada sin pedir permiso ni perdon. Quiero mas!

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  6. genial! me encanto! sos un groso! pa no no se como explicarlo! sos un sarpado! Felicitaciones y gracias por compartilo! :)

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  7. El problema de la dignidad es que no tiene memoria. Y viceversa.-
    Clʚϊɞ

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  8. Amar es ser masoquista una cantidad inifinita de veces, cediendo, dejando el orgullo de lado, olvidando la dignidad propia y callando para proteger.
    Amar, duele.

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  9. Este es mi favorito. ¿Por qué nunca te lo había dicho?

    Nos gusta que se humillen por nosotras (?). Lo que daría por un flaco así. Quizá después me arrepienta. Pero qué importa. ¿Quién dijo que era lindo el amor? Byebye~

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  10. Escribo para ver ¿como estas?

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